Semilla y Son es el nombre que ha recibido el reciente libro
del poeta Freddy Araque, -recién publicado en junio de este año-, que pese a ser
el título de un poema y de la segunda parte del libro, es una alegoría a las
raíces festivas del autor.
Leer Semilla y Son me dejó con un sabor
agridulce, de la combinación de un verbo que
atraviesa los linderos de la transgresión, para posarse sobre las
ensenadas de un bar a ritmo afrocaribeño, desembocando en una trifulca
polifónica de sonidos, voces, ruidos y melodías que acompañan cada uno de los
poemas.
Freddy trae una propuesta que nos deja pensar sobre
las formas en las que podemos poseer las palabras y hacerlas reposar ante la
idea dinámica constante, que no sólo es la movilidad de la poesía, sino que
lleva en su adentro una alta dosis de organización idiomática.
Es
necesario para entrar en la lectura ir dejándose llevar por el humor que
trasciende en cada una de las líneas, que te llevan de la mano hacia la
posibilidad de re-crear mundos paralelos, sentados allí, en cualquier rincón de
la ciudad y en los ojos ebrios de una mujer que acompaña la salida nocturna de
un personaje que divaga en las esquinas.
Es Semilla y Son la entrega en un juego
poético que se entrelaza con el rock, el blues, el jazz y se deja trasmitir por
una estación de radio adormecida -como casi todo este universo-, que entona
desde la cadencia transformada en bolero, salsa o guaguancó de un poeta urbano
que trae consigo la remembranza, la vida, el correr de los años y la necesidad
de ocultarse tras los vidrios de las botellas y el humo del cigarrillo…
Semilla y Son es una apología a la serena caminata sobre los
sustantivos en una primera parte, que te llevan a un mundo en el que las ondas
y los ritmos son la forma más idónea para entrar en un mundo en el que el
conejo se le escapa a Alicia, y en el que las formas no son lo que parecen, en
la travesura de un romance imposible, de un compañero interminable, de roedores
que corroen la memoria, y que, a fin de cuentas, no pueden dejar de ser lo que
son con el Son que Freddy les ha
impuesto, y del cual ellos han tratado de sobrevivir en medio de una cómplice
aventura.
Una Semilla de recuerdos que se van
desdibujando por la fuerza de la ciudad, de un inventario eterno de amantes, noches sinfín que se dejan atrapar
una a una como pasajeros que van y llegan, de copas que nunca terminan de
llenarse, una sed inmensa de ron, cerveza o miche y con la música siempre de
fondo. Semilla y Son es así,
bailando al ritmo de la muerte y de la noche intensa, que no es más que un
sueño del que nunca se despierta.
De la misma
manera, deseándole una larga vida al rock, con un innumerable listado de nombres,
de protagonistas de una radio que siempre está alucinando, de un grupo que está
allí intentando mostrar lo que es y lo que no es, aunque a fin de cuentas: ¿a
quién le importa?, convirtiéndose en un círculo abierto de fantasmas que luchan
por respirar, y de casas rockeras que son casas comunes que sirven de excusa
para perderse de nuevo en las insondables lides de los recuerdos.
Es posible
que esta alabanza al rock no sea más que una extraordinaria forma de acercarse
a las intrigas de una fantasía alucinante, de artistas que son tan icónicos
como las mismas formas del pensamiento de cada uno de los lectores.
Freddy Araque se apunta una apuesta con la palabra y la deja
vivir por fragmentos, por segmentos y por segundos, son los instantes en que
los recuerdos se dejan abrazar por la memoria.
Semilla y Son es el trabajo de años recorridos en la poesía,
es necesario que nos detengamos para
vivir un instante en el mundo polirítmico que nos ofrece el poeta.
Sólo resta
decir después de leer este libro: La POESÍA es un peligro para la IGNORANCIA.