Si
usted por casualidad ha realizado o va a realizar alguna de estas acciones el
31 de diciembre: comerse doce uvas, quemar el año viejo, vestirse con ropa
interior amarilla, comer una cucharada de lentejas, botar agua por una ventana,
sacar las maletas a las doce, pasear por la cuadra con el pasaporte, rezarle a
un billete de cien bolívares o si puede a uno de 5 dólares, bañarse con agua de
olores y rezarle a un santo para que le de prosperidad y abundancia, estrenar
un traje para el abrazo, subirse a una silla en el momento del cañonazo, llorar
cuando digan tres-dos-uno, poner de fondo musical el año viejo de Tony Camargo
o las gaitas de “amigo esta noche muere un año…”, acordarse que esta noche
muere un año, “faltan cinco pa las doce”, abrazar a la vecina en medio del
alboroto, aprovecharse del whisky del vecino, enviar un msj de teléfono en esas
cadenas vacuas y tontas que no dicen nada y que simplemente se reenvían, o de
los que llaman a las doce en punto y dicen que está cogestionado el sistema, o
de los que se les va la luz y no se han dado cuenta que todos los bombillos
están encendidos, de los que se pelearon por una pierna de cochino, llegaron a
sus casas al mediodía a prepararla con vino Sansón y cerveza y ahora está lista
para comérsela de inmediato, los que en la tarde jugaron en el barrio “solteros
contra casados” y al final todos ganaron, quemar un recamara sin mediar donde
están los vecinos, llorar por nada y saltar de la emoción y no saber por qué.
Si
usted ha presenciado esto y muchas otras cosas por el estilo, usted querido
amigo está en Venezuela, donde la performance del fin de año es una celebración
sin frenos, donde todos nos pondremos de acuerdo en una histeria colectiva que
nos lleva de la mano a un juego de compartir con nuestros congéneres. Es una
tradición bastante arraigada que en muchos casos se añora al estar lejos de
estas tierras, sin embargo es una amalgama y desenfreno para divertirse y para
beneficiarse de los demás, dejándonos un saldo bastante llamativo en cuanto a
vivencias se refiere.
Siempre
he considerado estas fiestas un juego para mantenerse en competencia unos con
otros, todos los venezolanos tratan de celebrar al máximo y de jugar a una performance
más llamativa en cada familia, enseñando a las nuevas generaciones a vivir en
estas fantasías que sólo se logran en fechas precisas como el 31 de diciembre,
y es que el país se paraliza y no hay manera de sobrevivir a la hecatombe. Los
venezolanos somos una raza de extraños seres que esta semana nos hemos olvidado
por completo de los problemas que nos atañen, de allí que todo se haya
convertido en fiesta, en celebraciones sin mirar el furor. Simplemente estamos
allí, disfrutando el día a día, y es que así como se vive esta fecha vivimos
todo el año: Llenos de ilusiones y de sueños que se han ido acumulando y que
hoy están allí saliendo sin una base clara, puesto que somos así por naturaleza
y el país seguirá girando igual.
El
1 de enero todos despertaremos -los que durmieron un rato-, para continuar con
la fiesta que terminará por allá el 3 de enero, con salidas al río, paseos a la
montaña, sancochos y parrillas, reuniones familiares y reencuentros de
amistades, y así estarán todo el año, lamentándose de lo que hicieron y no
hicieron, de las frustraciones y de las metas alcanzadas, para de nuevo
encontrarse dentro de once meses para repetir la rutina, mientras vemos que el
país se mantiene inerme, estático y no hay salida posible a los problemas que
enfrentamos.
De
nuevo este 31 de diciembre estaremos frente a nuestras casas viendo pasar el
mundo, correr entre abrazos risas y emociones esperando regrese el próximo 31
de enero de 2015 y nos daremos cuenta que seguimos en la misma historia.
Para
quienes lean este artículo les deseo lo mejor para el año próximo y ojalá
podamos contribuir con el cambio que tanto se clama, aunque es muy difícil
puesto que el mundo ha sido elaborado de una manera muy específica.
Sin
embargo del deseo Feliz Año y ¡nos vemos la próxima semana!!!