miércoles, 16 de febrero de 2011

Todo va como muy rápido, no?

Estoy detenido en un semáforo, las luces rojas indican que todos debemos esperar para que pasen los otros carros y los peatones. La luz cambia al verde, pero en menos de lo que puedas reaccionar hay una larga fila de personas tocando la bocina, sin percatarse que aún hay transeúntes sobre el rayado y no ha pasado una fracción de segundo. ¿nos molesta esperar? ¿nos gustaría atropellar al incauto? No sé…
Hay una inmensa ola de personas que tratan de acelerarse constantemente, hay una ola de acciones que nos atosigan cada día y no podemos despegarnos de ella, hay una avasallante fuerza que nos obliga apresurar nuestro biorritmo natural y nos convierte en autómatas, tras un destino cotidiano, sin sentido, sin ninguna razón de existencia.
Es la desesperación de todos que resulta inconcebible, la ciudad, y por ende, nosotros, hemos convertido nuestra vida en parte de una maquinaria programada por la rapidez de un mundo que no tiene justificación. He decidido no andar más en mi carro porque me da la impresión que a cada instante voy a chocar con otro, y me intriga ver cómo miles de personas conducen sin parar.
Todas las calles están plagadas de esta fuerza extraña, todos nosotros estamos diseñados para comprar-comprar, correr-correr, comer-comer. Ahora todo se ha convertido en un sistema dominado por el plástico, sólo somos seres humanos si tenemos visa, mastercard o un buen carro.
Es una lástima ver a una ciudad como san Cristóbal que empieza a verse como metrópoli y no termina por cerrar ese ciclo pueblerino. Es por ello que trato de no salir a la calle, porque todos andan corriendo en sus carros, nadie respeta las señales de tránsito, hay personas consumiendo bebidas alcohólicas en la vía pública, la basura nos devora, el improperio está a la luz del día y seguimos como si nada estuviera pasando, sólo es importante llegar… a donde? No sé, solo llegar a un destino.
Es difícil ir al supermercado y hacer la cola como todo ciudadano, es difícil esperar nuestro turno en el semáforo, es difícil darle paso al peatón para que atraviese la calle, es muy pero muy difícil esperar un instante mientras te atienden.
¿Casos? los vemos a cada instante en esta ciudad caótica, donde las leyes no se respetan y el sentido de urbanismo o ciudadanía se quedó en el olvido desde hace mucho tiempo, no soporto ver más esta disparidad entre algunas necesidades que tenemos, algunas que no sirven de nada, y otras, las urgentes, las olvidamos. Se nos olvidó que somos seres humanos.
Estamos acelerados hasta para nacer, porque al feto lo enferman revisándolo cada rato con el famoso “eco” desde que tiene cuatro semanas y los familiares se desesperan de manera histérica por saber el sexo del que viene... pues me parece la estupidez más grande que se nos puede ocurrir. Es una verdadera desesperación que todo se haya ido de las manos. Cada día esta enfermedad crecerá através del tiempo hasta ver materializado el pandemónium.
Por eso no creo en historias rosas o en mundos de paz, ni en los que hablan de humanización de la ciudad o del rescate de la cultura si no son capaces de ver la paranoia colectiva que no tiene solución.
Mientras, dejaremos que pasen las horas para que nos lleven mas rápido a la tumba… o a donde mejor sea.

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