Nunca fui muy amigo de la imagen de Frida Kahlo y todo lo que ella
representa para el mundo contemporáneo de artistas “snob” y de luchas estériles
de “género”, que, en lugar de avivar una crítica de la artista mexicana termina
convirtiéndola en imagen de consumo banal. Estas propuestas transforman el arte
en objetos de articulación comercial, que están ligados a comentarios inertes
de jóvenes y no tan jóvenes que se hacen llamar artistas, y que, a fin de
cuentas, son panfletos vacíos que imponen inexistencia estética a la obra y su
contexto. Por ello siempre me vi enfrentado a esta imagen de Frida –aun hoy me
cuestiono- que incluso la empleaba en algunos de mis montajes como ejemplo de
marketing y superficilidad.
En 2015 mientras realizábamos una residencia artística con Dianita López
que recién llegaba de Chihuahua a San Cristóbal, para un proceso creativo con
el Incinerador Teatro, comenzamos a explorar muchas facetas del mundo en la
frontera, de las inmensas ganas que teníamos de realizar un trabajo de estereotipos, iconos y fetiches de comercio entre Venezuela, Colombia y México, la idea
inicial era realizar un trabajo performático que sería llevado luego a escena,
en una suerte de proceso que siempre realizo, y con ella salir de gira una vez
más. Pero la cuestión no fue tan sencilla, y, como en todos los procesos creativos,
se fueron desligando sus objetivos iniciales y se afianzó en esta idea de las Fronteras
que se mueven, pero en este caso no íbamos hacia las Fronteras físicas o regional,
sino hacia una aventura de nuestros sin
límites para buscar ciertos valores y designaciones estéticos que le
agregaríamos en este proceso. Duramos cerca de tres meses y medio entre la exploración,
la inmersión en el tema y la exploración del Cuerpo de la actriz que se expandió
en el escenario sin control, y de la que nos vimos arropados por las oleadas inmensas
de patrones que rompíamos a medida que pasaban los días y las semanas de esta
producción.
Primero, estábamos en medio de la vorágine de una temporada de FRESA, en
conjunto con su gira, y el elenco de El Incinerador estaba igual que siempre
con el estrés a tope, estos compromisos nos estaba abarcando el tiempo más de
lo esperado, con invitaciones en Mérida, Caracas y Pamplona, pero sin dejar de
estar pensando en este proyecto. Por ello Dianita estaba detrás de nosotros
viendo todo y calculando cada paso que dábamos, y fue allí en medio de una
tromba de ideas mientras recapitulaba un día que se me cruzó la imagen de
Frida, pero lo que no sabíamos era que Frida nos estaba llamando, -siempre he
dicho que uno no escoge el montaje, el montaje lo escoge a uno, tal vez por eso
esté hoy en el fin del Mundo-. En fin, me atreví a escribir a Humberto Robles,
dramaturgo mexicano que admiro para solicitar el permisos de estudiar Frida con
la posibilidad de un montaje, aunque muy pocas veces trabajo con dramaturgia
ajena, esta opción me gustó muchísimo, luego de él enviarme la documentación
necesaria me vi de nuevo en Aguas Profundas de no saber qué hacer con todas las
imágenes que teníamos, cómo ensamblarlas con el bello texto de Humberto,
contando que en Pamplona ya habíamos realizado un performance en la reunión del
Proyecto FRONTERAS 2015.
Surgió la idea de invitar dos actrices más que eran Adelita y Dulce Santander,
pero las convertimos en unas especies de Fridas muy andinas, que hablaban el “idioma
del gocho” –me refiero a acentos, modismos, costumbres de la región andina
venezolana, ellas fueron formadas en estas tierras, lo que me dejaría ver que
sus Cuerpos se apropiarían de un elemento externo y nos iríamos a otra aventura
más vertiginosa- y que se internaron de manera tal en las construcciones de las
Fridas que fueron avasallantes en cuanto a desgaste físico se refiere. Se
incrementaron las horas de trabajo entre mis viajes a Caracas los fines de
semana, las intensas horas de ensayos en San Cristóbal que iniciaban en las
tardes y culminaban por allá en las noches sin respiro alguno, fue agotador.
La música fue una variación de temas de La Llorona por parte de mi hermano
y cómplice Robinson Pérez que se adjuntó al proyecto de manera espontánea, como
debe ser en el teatro, y terminamos haciendo una pieza performática respetando
a cabalidad el texto de Humberto, con
imágenes multimedias que acompañaban a las Fridas en este camino que se
trasformaban en muñecas de colección de artesanía, para hablar desde las Fridas
que se reivindican y exigían al público una revisión de la historia de esta
figura con serenidad.
El trabajo se convirtió en un gran ágape donde la gente pudo disfrutar
de buena comida, de buena música, de videos, de olores, de sensaciones, algunos
del público durante las funciones se emborracharon, y por sobretodo de un
extraordinario performance de tres actrices que se jactaban de todo lo que
podían hacer, de las dinámicas en las que se movían y de un éxtasis que aun hoy
lo revivo a detalle.
Las fotos son de los panas Igor Castillo, Ricardo Ramírez y José Ramón Castillo.
Dianita muy pronto se vienen las buenas nuevas ;)
PD: este fue el trabajo previo a la Medea… que luego montamos en otra
residencia en Chihuahua (México) ese mismo año. Y hoy por acá en mi sabático
interno en el fin del Mundo, planificando nuevas propuestas.
Gracias Dianita J
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