lunes, 8 de noviembre de 2010

Un mal de nunca acabar

La particular forma de protesta que tenemos los venezolanos es desde la eterna retórica del “lamento”, de esta manera podemos contrarrestar todo lo que nos pasa. Acá ocurre lo mismo que la tesis de la visión negativa, “mientras más sufres, más te siente deprimido, te dices a ti mismo que no sirves y de eso se alimenta tu ego”, es muy contradictorio tratar de sentirse bien desde la autocompasión… creo que es así.
Todos nos quejamos de las eternas impertinencias gubernamentales, parece que nadie hace nada por resolverlo. Todos decimos que nos sentimos “mal”, pero ninguno se preocupa por colocar un poco de ánimo en salir a la calle tratando de respetar a los demás. Todos nos quejamos de lo imposible que es vivir en Venezuela, pero ninguno es capaz de decir que se puede vivir mejor, si procuramos hacer lo que nos corresponde con mucho ahínco y energía.
Este es el país de la colas infinitas que se producen por cualquier tontería que vemos en los medios o porque alguien dijo algo en la calle, en la parada del autobús o en el restaurante.
Un mal de nunca acabar, la cola para ir al super, para la gasolina, para el banco, para cruzar la calle, para llevar los niños a la escuela, para visitar un amigo enfermo, para ir a la funeraria…Resulta que estamos prefabricados en un sistema que nos lleva a hacer las colas como respuesta a un imaginario colectivo, y nos convierte en una especie de pobres conciencias que están detrás de las prebendas o regalías que podamos encontrar en el camino.
Hay una especie de histeria colectiva, que no es más que la respuesta a muchos años de conformidad, es necesario que todo lo resuelva el estado de manera clara, y sino es así que lo haga de  alguna manera, pero nosotros no podemos hacer NADA.
En esta ciudad es bastante triste ver a miles de personas en las colas para la gasolina como si fuera un acto de sobrevivencia, y entre los que la realizan hay una especie de aureola de tristeza autoinducida, que no es otra cosa que la posibilidad de echarle la culpa al Otro. Sí, es eso, las culpas somos incapaces de asumirlas. Es una ciudad donde no hay responsables, donde no existe la posibilidad del error, acá nadie se equivoca, si quieren, saquen su carro, vayan por cualquiera de las avenidas y verán como todos tienen la razón, todos irrespetan las señales de tránsito, todos creen que lo suyo es lo más importante del mundo…
Esta ciudad me da miedo, ya no salgo, ya no quiero salir, y mucho menos manejar, creo que se volvió demasiado para mi apacible ser. Es una ciudad en la que la violencia y la desesperación es el diario convivir, ya creo que sufriré la metamorfosis del ermitaño porque veo a cada paso a alguien que me puede lastimar. Es un verdadera lástima, pero es así como veo la ciudad y si alguno de los que lee esto no ha tenido esta sensación, me gustaría saber ¿cómo hace?
Ojala alguno de los famoso administradores de la ciudad se detuviera a ver lo que está pasando, es una problemática latente y preocupante, pero en esta ciudad parece que a nadie le importa nada, sólo impera la política del beneficio y hablar de esto es perder el tiempo…. Creo.

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