jueves, 11 de septiembre de 2014

SAIME

Fui a la oficina del SAIME a realizar uno de los acostumbrados trámites que te exigen y que por derecho tenemos los venezolanos, y más que una espera, lo que hice fue encontrarme con un panorama devastador y hasta decadente de lo que somos, de lo que venimos decayendo los venezolanos, porque una acción nos lleva a otra y así sucesivamente. Es natural que los estados de caos los toleramos, pero algunos rayan en lo absurdo y surrealista del trópico en el que coexistimos.

Como primer punto, llegar a la oficina del SAIME que fue diseñada para albergar a la población de San Cristóbal de hace muchas décadas atrás, nos trae como consecuencia que se atiborren los usuarios, venga el desborde de la histeria -que ya es común ver en cuanta cola nos detenemos a hacer- ante la mirada pasiva de quienes están al frente de estas instituciones. Los funcionarios en su gran mayoría siguen las indicaciones que les dan sus superiores, y por supuesto, la organización de la gente está supeditada a los estados del tiempo, que por casualidad el día que fui estaba lloviendo a borbotones y no había manera de refugiarse en ningún sitio.

Viendo este panorama no sabía hacia donde caminar y me acerqué a uno de los señores identificados con sus carnets y me respondió igual que a la señora que estaba delante de mí: “haga esta cola y espere a que venga mi otro compañero” claro, el final de la cola no se veía por ninguna parte, era un tropel de personas, y mi pregunta inmediata fue: “¿pero hacia dónde?” porque allá ni siquiera le dicen a uno qué procedimiento se debe seguir, ya sea para sacar la cédula, el pasaporte o reclamar este último. Sorteando, fui preguntando entre el mar de personas que estaban unidas unas a otras para que me indicaran dónde era el final de la fila, pero de igual manera ellos estaban tan perdidos como yo, y después nos vimos en la imperiosa tarea de preguntar a cada uno qué venía a hacer y me hicieron pasar por un callejón que llevaba hasta las afueras, en la calle y esperar a que llamaran por grupos. Esto implicó que la intemperie hiciera mella en mi indumentaria y tuve que soportar un aguacero porque de lo contrario perdía mi turno.

En un patio estaba un joven llamando por nombre y apellido a quienes venían a retirar sus pasaportes, pero creo que estaban al azar, puesto que las personas hacían un círculo a su alrededor, que más parecía un foro polifónico de versiones, sobre las preguntas que todos nos hacíamos en ese momento.

Para completar los funcionarios uniformados te decían que te movieras de un sitio a otro, que “esa no es la cola” que “venga mañana” y que “si quiere se espera a ver si sale el encargado de lo que solicita”. Total, uno se queda a la expectativa pero sabe que debe armarse de paciencia porque de seguro se le irá todo el día en el asunto.

Me pregunto: si en la página de internet te asignan UN DÍA Y UNA HORA para el trámite de pasaporte y cédula, si te envían un mensaje para retiro de documentos, ¿por qué cuando llegas allá hay gente que ni siquiera estaba en el listado?, personas que llegaron para ver si podían pasar, y ¿por qué no se puede medianamente organizar este caos que lo que trae es la multiplicación de la histeria que se procuran multiplicar los venezolanos?

Vemos aun que las instituciones no se preocupan por mejorar los servicios, sino al contrario, se mantienen en la inopia, en la devastación que trae una hecatombe y que al final, tanto usuarios como funcionarios terminamos odiándonos al máximo.

Eso sin contar la cantidad de personas que hacen la fila y las versiones de lo que ellos creen que es el país, soportar esos discursos que denigran al máximo nuestra identidad, nuestra idiosincrasia y nuestro desarraigo, como el caso de una muchacha que firmó la entrega de su pasaporte y en la misma oficina gritó: “¡Al fin!! Ahora sí me voy de este país de M…” y el que te dice en la fila que él puede ganar más dinero haciendo los contactos para tramitar lo que sea, desde dólares, citas gasolina y hasta papel higiénico. 

¿QUÉ NOS PASA?? Todo que me deja con un sinsabor, oír venezolanos denigrarse a ellos mismos.

Es una situación preocupante la que estamos observando, porque tanto los que están al frente de oficinas públicas no quieren corregir sus errores, así como tampoco los usuarios, porque se ven en un ambiente que reiteran una y otra vez, de gente deshonesta que va y hace las filas interminables y se confunde con quienes seguimos los pasos regulares, de funcionarios que no quieren corregir y dejan al que las cosas se deterioren. Seguramente muchos de los que leen esta columna habrá estado en una situación similar, y ahora lo pensará sesudamente cuando tenga que ir a algún registro, un banco o a tramitar cadivi, porque de seguro la historia estará magnificada.

Qué triste ver que ninguno de nosotros quiera mejorar, que ninguno trate de abonar, que ninguno intente poner un poco de orden. Por mi parte seguiré haciendo los trámites tal y como lo indican los procesos y veré como unos y otros pasan por encima, escalan sin escrúpulos ante la mirada insensible de quienes están al frente de las organizaciones.


Esto es un mal de nunca acabar y siempre lo he dicho: ¡POBRE PUEBLO MÍO!!!!

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